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Bestiario o de cómo se articula lo múltiple

Actualizado: 7 nov 2022

En un olvidado café de la calle Tierra Plana, un viejo y un niño merodean pidiendo unas monedas, mientras el clima, entrada la noche, se avecina tempestuoso. Patas de Cabra, quien se halla en una mesa poco iluminada de aquel lugar, busca algunas monedas en su raída chaqueta para ofrecerlos a aquéllos. Afuera ya caen sobre el asfalto las primeras gotas de lo que a todas luces será un aguacero. Rana Cazadora, la segunda entidad sentada en la misma mesa, se ajusta sus maltratados anteojos, bebe ligeramente de su tarro y dice:

—Sería interesante mezclar la redacción de un bestiario con tu proyecto de escribir un cuento sobre las múltiples personalidades de un individuo y así, usando la forma de un catálogo de bestias, enumerar las distintas facetas de su personalidad.


Con un notable interés, mientras entrega al infante las monedas halladas, Patas de Cabra responde:

—¡Claro! Es una buena manera de describir las múltiples personalidades que habitan en un único individuo. Habrá que proceder.

—Y… ¿acaso no te parece que eso se asemeja mucho al problema de lo uno y lo múltiple?


Ambos seres dibujaron una sonrisa, porque así, por unos momentos, recordaron las viejas discusiones que solían tener en la Facultad, hace años no visitada. Entre tanto, la lluvia no se hizo esperar y cayó con intensidad.


El león inmóvil

Ranulfo recordó la figura de Gina mientras se hacía cargo de la videocámara con la que grababa la clase magistral de la Dra. Kranz en el salón contiguo a la segunda sección de la magna biblioteca de su Facultad. En eso estaba cuando furiosa y lapidariamente sentenció en su mente: “¡Cómo desearía no estar aquí! ¡El servicio social es una basura!” La explicación que en ese momento hacía Kranz sobre la analéctica, pretendida superación de la dialéctica hegeliana, le tenía sin cuidado. Él deseaba ante todo desaparecer de ese lugar, pero no podía hacerlo porque estaba obligado a cubrir el tiempo de la clase. Por instantes se sentía a sí mismo como un león enjaulado, pero ni siquiera podía deambular como uno.


Ranu, como le decían sus más cercanos, era un tipo extraño debido a su apariencia y raras costumbres. Solía llevar el cabello largo y suelto, aunque también era común verlo con una gorra de los Acereros. Usaba con frecuencia unos pantalones rojos y playeras holgadas, generalmente blancas. Su madre bromeaba con él al decirle que se asemejaba más a un león feo y sucio que a un estudiante universitario. A Ranu le fascinaba ensimismarse en sus pensamientos y tenía una inusual forma de expresarse, pues no perdía la oportunidad de hacer formalizaciones lógicas, fueran modales o predicativas, cada vez que le pedían su opinión sobre ciertos temas. De manera que gozaba de terminar sus escasas intervenciones con un: “Así es, chicos. Por lo tanto se puede concluir que para todo x, existe una y tal que…”. Una gama de simplificaciones a conjuntos y subconjuntos que, para él, sólo la representación simbólica podía describir mediante las formas más abstractas posibles. Sin embargo, el intento de vislumbrar los hechos del mundo a través del espacio lógico corre el riesgo de un inevitable solipsismo.


El roedor de alas rotas

Muy alto en el cielo, un ratón es llevado en las garras por una imponente águila. El águila al cansarse de los chillidos del roedor le dice con voz firme:

—¿De qué te quejas, infeliz? Alguien más fuerte que tú, ratón débil, te lleva a donde quiere, ¿qué tiene eso de especial? ¡Es la ley de la vida!


Ranu decía sostener una relación sentimental con una chica. Cierto sábado por la tarde la vio donde ella trabajaba. No sabía cómo se llamaba pero le había puesto el sobrenombre de Gina, quien materializaba el tipo de mujer que él deseaba, producto de su afición por las modelos cosplay y su adicción por las películas pornográficas de tintes fetichistas. Ahí estaba ella como de costumbre. Acaso tendría unos treinta años. Tenía el cabello suelto y teñido de un rubio brillante platinado que con el paso del tiempo se había tornado grisáceo, resultado de algún tinte de mala calidad. Ese día sus piernas lucían bien torneadas, ¿o quizá era lo contrario? Sus zapatillas y vestuario resaltaban al máximo su figura, ¿o tal vez conseguían lo opuesto? En todo caso, Ranu había planeado hablarle desde meses atrás. ¿Por qué él la había escogido? La respuesta podría ser tan compleja, o tan simple, como responder a por qué Ranu no dejaba de usar esos pantalones rojos. El punto es que en esa ocasión pasó muy cerca de ella como lo había hecho muchas veces desde el primer momento en que la vio. Según él esa vez sería distinto porque estaba dispuesto a descubrir su nombre real y se atrevería a invitarla a salir. “¡Ahora sí! ¡Tiene que ser ahora!”, se decía a sí mismo una y otra vez. Sin embargo, esa tarde no fue diferente a las anteriores. Pasó a su lado, muy cerca, casi sintiendo su respiración. Él tenía el corazón latiendo a toda velocidad, pero únicamente sintió su mirada y, sin voltearla a ver en ningún momento, continuó sus pasos acelerados a la vez que una voz estrepitosa yacía en su cabeza haciéndose cada vez más fuerte y constante: “¡Te faltan agallas, Ranu! ¡Siempre te han faltado, infeliz!” Esta voz grave y resonante se mantuvo con ese mismo ímpetu por largas horas.


No está de más decir que a Gina le gustaban las águilas. Se imaginaba siendo una y que surcaba el cielo con las alas extendidas cazando y asustando a pequeños roedores o aves menores. Quizás, sin saberlo, Gina se había convertido en una especie de águila temible para Ranu, mientras que a él no le quedaba más remedio que continuar huyendo, pues a los pequeños ratones no les está permitido cortejar al águila que los devora.


—¡Buenos detalles!— Dijo Patas de Cabra dejando de leer. Y prosiguió:

—Aunque, ¿no crees que con esa historia sólo nos estamos proyectando a través del personaje?

Rana Cazadora esbozó una sonrisa mientras advertía:

—Puede ser. Pero sería mejor no averiguarlo.


El dragón acuático

A Ranu le encantaba nadar en el mar de la internet. Sólo ahí decía ser en verdad libre. En gran parte de los sitios virtuales que frecuentaba ingresaba con el sobrenombre de Dragón Acuático. En la internet acostumbraba ver toda clase de videos y páginas web desconocidas para muchos, aunque recurrentes para sectores que invierten la mayor parte del tiempo en leer y comentar las opiniones de usuarios anónimos sobre sus gustos en anime, manga o videos gore. Era un chico solitario que contaba con pocos amigos, quienes trataban con poco éxito de sacarlo de su aislamiento. Los pasatiempos y gustos de Ranu se entremezclaban en una rara combinación de gore con series japonesas y tendencias cosplay. Ocupaba sus conocimientos de lógica elemental para discutir en foros que sólo visitan unos cuántos. Las pocas veces que iba a la biblioteca era para buscar autores que han centrado sus investigaciones en “demostrar” las inconsistencias lógicas de la psicomagia de Jodorowsky o quienes han invertido su tiempo en “refutar” los manuales de superación personal de Osho o Coelho.


Una tarde llegó a su casa y devoró sus alimentos sin voltear a ver a nadie. No entendió muy bien lo que le decía su madre. Al término de su comida se levantó a toda velocidad y sin decir una sola palabra ni recoger sus platos sucios se encerró en su habitación como de costumbre. Allí pasó cerca de cuatro horas navegando en su página web preferida, Grave-chan, viendo memes que aún no circulan en Facebook y negociando las nuevas cartas casi inconseguibles de Warriors of Ice, cuando de pronto se dijo a sí mismo: “¡Yo, Dragón Acuático, poseo diferentes habilidades para acechar a mis presas y devorar información de mis enemigos sin dejar rastro! Soy como un pez en el agua o, mejor aún, un gran cazador de las profundidades. ¡Debí haber sido alguna especie de animal acuático en mi otra vida! ¿O acaso lo seré en la siguiente?”


—Un cuento debe desarrollar una historia sencilla sobre algún tema específico, sin ahondar excesivamente en detalles acerca de la personalidad del personaje. Creo que nuestra descripción está siendo demasiado amplia—. Señaló Patas de Cabra.

Rana Cazadora sólo se limita a responder:

—Es cierto, quizás debamos corregir ese punto.


Mientras llueve intensamente, los dos seres sentados en el café discuten qué otra bestia podría encubrir aquel personaje. Entonces, Rana Cazadora sugiere que Ranu podría contener una bestia temible y peligrosa.

—Sería genial darle mayor énfasis a las voces que escucha Ranu. ¡Eso estaría lo-quí-si-mo!— Acentuó Rana Cazadora.


 

Ilustración de Xavier Okari mujer anime cabello corto mejillas rojas

Xavier Okari (México 1996). Estudiante de la licenciatura de Ingeniero Arquitecto del Instituto Politécnico Nacional, Ilustrador Freelancer desde 2020, con estudios en dibujo arquitectónico, dibujo tradicional, acuarela, dibujo digital y modelado 3D, con republicaciones en medios digitales como Fly City Unlimited e Inspirart.

 

La bestia bicéfala

Como ya era habitual, Ranu salió de su clase alrededor de las ocho de la noche. En ella habían revisado por tercera semana consecutiva la proposición 4.001 de su libro favorito, el Tractatus-Logico philosophicus de Ludwig Wittgenstein.Mientras caminaba sobre el sendero que atraviesa los campos situados al lado norte de su Facultad (la magna Facultad de Letras de alguna magna universidad), un viento ligero le sacudió el cabello, pero eso no lo distrajo de seguir pensando en el Tractatus. “La totalidad de las proposiciones son el lenguaje”. “La to-ta-li-dad de…”, repetía una y otra vez para sus adentros sintiendo que esas palabras entrañaban algo más. De pronto un pensamiento autoflagelante lo asaltó de manera repentina: “¿Acaso mi existencia tendrá algún sentido sin leer a Wittgenstein?”


En eso estaba cuando recordó que tenía que responderle a su amigo Gilo, quien le había llamado por teléfono el día anterior, justo en el momento en el que Ranulfo se encontraba en un foro web de discusión debatiendo con Ranger666 sobre las inconsistencias argumentativas del veganismo. Ranu no había tenido fuerzas para responder la llamada porque en ese instante la doble voz se manifestó en su conciencia, despojándolo de fuerzas.


Fue en aquel sendero de su escuela donde la idea de no haber tenido fuerzas lo llevó a rememorar aquella pregunta con la que en días recientes se había estado atormentando: “¡¿Yo soy uno o soy dos?!”, palabras que resonaron en su cabeza con la misma intensidad que la proposición 4.001, con la que ahora estaba enfrascado. Le fustigaba la posibilidad de que existieran en él dos personalidades distintas, de ánimos contrapuestos y que derivaran progresivamente en afirmaciones sin sentido, casi como tener dos cabezas.


Ya en su casa, con las mismas dudas que lo asaltaban sin cesar, quiso gritar, pero temió que su madre lo escuchara y notara que algo estaba mal en él. Esa noche tuvo que convivir con las proposiciones resonando en su interior y el autoreproche hacia su falta de fuerzas. “¡Nulfito! Es hora de lavarse los dientes e ir a dormir”, gritaba su madre. Ranu, o, quizás sería más apropiado decir, los dos Ranus, estaban ahí. ¿Acaso había vuelta atrás? En esa tormentosa noche, Ranulfo no podía dejar de cuestionarse entre sudores fríos y la incertidumbre que lo consumía: “¿Y si todo este tiempo he sido más de dos?” Sentía la necesidad de responder sin más, pero era obvio que aquellas proposiciones habían generado alguna especie de choque sináptico. De pronto, esa voz estrepitosa volvió a resonar con más fuerza para sus adentros: “¡Ya has perdido la razón, Nulfito!” Ranulfo se asustó mucho, corrió hacía el Tractatus, único libro que se hallaba en el escritorio de su habitación, lo tomó y se metió con él bajo las cobijas hasta quedarse dormido mientras se reproducía en su computadora el video Debate entre ateos y creyentes: ¿cómo desbancar el argumento de un creyente mediante los recursos de la lógica modal?


—¡Has vuelto loco al personaje! Ya habíamos comentado que era fácil hacerlo y que muchas historias terminaban en eso, pero de lo que se trataba era de darle un sentido diferente—. Señaló Patas de Cabra con cierta aspereza.

—Tienes toda la razón—. Respondió Rana Cazadora, mientras continuaba diciendo:

—Al parecer, ése es un proceder común en las historias hollywoodenses. Una marcada tendencia en adjudicar dobles o múltiples personalidades que sólo se explican al final del libro o de la película y que quizás muchas veces son predecibles.

—Con esta cuarta bestia —afirmó Patas de Cabra— nos hemos metido en un callejón sin salida, pues si al personaje lo ha invadido una crisis psicótica, ¿qué otras alternativas hay para continuar o concluir el bestiario? ¿Finalizará con esta bestia delirante?


El ángel de la locura y el ángel de la razón

Ranu tuvo una crisis psicótica en aquel lugar donde acostumbraba ver a Gina. Ésta no supo nunca de la existencia de aquél hasta esa tarde. El escenario demencial se suscitó cuando Ranu no soportó la presión de ver a un individuo acercarse a ella y decidió abalanzarse sobre él con una rama en la mano, gritando: “¡Déjenla, déjenla en paz!" Fue ahí, en ese lugar, donde Gina conoció por primera vez a Ranu, y aunque lo creyó un pobre diablo más, lo recordó por el resto de la tarde. Una semana después de ese incidente Ranulfo fue internado en un hospital psiquiátrico.


Patas de Cabra carcajeó al escuchar el final tan apresurado.

—Creo que estás concluyendo la historia de manera abrupta.

Rana Cazadora contestó sonriendo:

—Todo parece indicar que sí. Pero pensemos un momento las cosas. ¿Qué otra opción podría tener alguien con ese estilo de vida?

Patas de Cabra se sobresaltó y respondió:

—¿Intentas decir que las posibilidades son reducidas?, ¿que la vida nos conduce invariablemente a ese final caótico? Pero, ¿qué tal si ahora nosotros, en lugar de llevarlo al delirio, le concedemos la posibilidad de ser feliz siendo lúcido? Y a todo esto, ¿por qué tanta obsesión con la locura? Rana Cazadora respondió sólo con una sonrisa a la vez que sorbía de su tarro. Y es que él se había apropiado de una vieja máxima nietzscheana que al punto reza lo siguiente: “Hay un poco de razón en la locura como también un poco de locura en la razón”.


La bestia de las mil posibilidades

Y la bestia arrancó los brazos a los ángeles…”


Ranu caminó en ambas direcciones, mejor dicho, caminó en todas las direcciones simultáneamente. Caminó hacia el sur hasta las granjas de gansos cercanas al lago. Caminó al norte hasta los muelles. Caminó hacia el oriente siguiendo el ruido de las cascadas de cristal. Caminó hacia el poniente, hasta el lugar donde el sol muere cada día. Caminó de noche bajo el amparo de Arturo, la estrella más brillante de la constelación del Boyero. Caminó de día en el desierto bajo el calor abrasante capaz de derretir plata. Caminó sobre el mar evitando las partes más inestables. Caminó sobre la carretera olvidada que se dirige a Montevideo desde la estación Insurgentes. Caminó mientras dormía y caminó mientras soñaba. Incluso caminó mientras no caminaba. Y en cada lugar al que llegó encontró lo que buscaba. Ranu decidió buscar a sus creadores. Así que caminó en dirección a la montaña más equidistante de los cuatro puntos cardinales. Sobre la montaña, al atardecer, sentado y contemplando medio mundo, preguntó a sus creadores:

—¿Cuál es el sentido de que yo exista? ¿Para qué fui creado?

Entonces el Ángel de la Locura, sentado a su derecha, sorbió su café americano y le respondió:

—Fuiste creado para enloquecer.

Ranu se estremeció, no entendía por qué su creador tenía ese fin contemplado para él. El Ángel de la Locura continuó:

—Porque sólo en la locura está la culminación de tu vida sin sentido.

A su vez, el Ángel de la Razón, sentado a su izquierda, respondió mientras miraba el cielo entre nublado y contaminado:

—Fuiste creado para ser racional, pero eso, de manera lamentable, te puede llevar al delirio.


Ranu, aburrido de sus creadores, se levantó y caminó simultáneamente en todas las direcciones. Llegó a un lugar donde no existía nada, salvo algunos televisores viejos. Encendió uno. Ranu de rodillas frente al televisor trató de sintonizar algún canal que no tuviera estática. Después de varios intentos sintonizó algo nítido. En la pantalla aparecía, en tonos grises y blancos, un sonriente locutor vestido de traje a cuadros con un enorme micrófono en la mano.

—Tampoco el agua sería real para los peces, si éstos fueran de hierro—. Dijo el locutor gris con tono irritado mientras dejaba de sonreír.


En el café, Patas de Cabra y Rana Cazadora se preguntaban si acaso la historia que construían se podría distinguir de otras más por el solo hecho de mezclar elementos wittgensteinianos y un poco de criterios lógicos con reflexiones nietzscheanas sobre la locura. Ambos ponían en duda la propia originalidad de la historia.


Fuera del café, muy a lo lejos, bajo un puente, un indigente leía una historieta sobre dos tipos que escribían un cuento sobre un tercer tipo. “¡Qué historia más insípida!”, señaló el indigente mientras cerraba la historieta y se iba caminando en todas las direcciones simultáneamente.


 
Leonides Morales García es profesor de filosofía y egresado de la FFyL de la UNAM.
José Luis Ponce Pérez es profesor de filosofía de FFyL de la BUAP.
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