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Otro complot mongol


Entro a una tienda del pequeño barrio chino en el ombligo de la ciudad de México. Paseo entre anaqueles atiborrados de artículos, todos me parecen inútiles. Finjo mirar los budas y las monedas de la suerte, en realidad, los huelo. Ante el fracaso de la mal llamada nariz electrónica desarrollada por la NASA, el Instituto del Olor, para el que trabajo, me encargó actualizar el registro de los vapores expelidos por la raza amarilla. A falta de presupuesto para enviarme a China tengo que hacer el trabajito con esta mísera muestra. Nunca he entendido cómo podemos mantener la idea de ser competencia para las grandes potencias mundiales.


Dos ojos rasgados me siguen…


Los documentos indican que los chinos huelen a jengibre, a tinta china, a raíz de ginseng, a salsa de soya, a teatro de sombras, a arroz glutinoso, a comunismo. Intento olfatear esa antigua cultura de dinastías, budas y leyendas con dragones-león cubiertos de escamas con cuernos, bigotes, garras y una curiosa nariz de perro.

—Son de polcelana kraak. —Me dice el dueño de los ojos orientales, refiriéndose a las macetas que tengo frente a mí.

—¿Y este es el precio? —Le pregunto mientras tomo la etiqueta que cuelga de una de ellas, al mismo tiempo que enfilo mi nariz hacia su cuerpo. Siento sus dedos rozando mi mano, se llevan la etiqueta. Las partículas aromáticas que salen volando de su cuerpo acarician mis receptores olfativos que se abren para tragar su aroma. En una milésima de segundo, la temperatura de mi cuerpo aumenta, el calor se concentra en mis sienes.

—Si se anima a complala le podemos hacel un descuento. —La voz intenta distraerme.

—Eh… ¿Descuento…? ¿De cuánto?

—Acompáñeme pol favol.


Mis pies reciben la orden de seguir el rastro de los millones de moléculas odoríferas desprendidas de su cuerpo que, por cierto, más que a un chino, parece corresponder a un tailandés debido a su metro ochenta de estatura, al ancho de su espalda y lo grueso de sus extremidades.


¡Y a mí que nunca se me ha hecho con un chino!

 

imagen líneas colores abstracto por  María Susana López

María Susana López. Profesora de Ciencias Naturales y Enseñanza Primaria, artista plástica, ceramista, escritora amateur. lolalopez31@hotmail.com

 

Mientras me pregunto la diferencia entre el olor tailandés y el chino, observo cómo se abre una puerta de madera adornada con un lienzo en el que se ve a una pareja cruzando un puente, enmarcados por caracteres dorados. Pienso en cuánto me gustaría pasear por esos jardines paradisíacos de origen milenario en busca del elixir de la eterna juventud. La fragancia dulce del opio me abre los ojos, salgo de mi ensueño a punto de alcanzar la inmortalidad oculta en aquel jardín. Escucho la puerta que se cierra a mis espaldas. Inhalo profundo, deseo registrar correctamente la esencia de este cuarto. Mi olfato conduce mi mirada hacia el hombre de los ojos asiáticos que se ha sentado frente a un escritorio, su mano derecha posada sobre un ábaco llama mi atención. Sus dedos recorren rápidamente las cuentas de jade, provocando que despidan su esencia. La mezcla de todos estos olores me conduce a un delirio pasional. No lo resisto. Me inclino recargando los codos sobre la mesa, poco a poco acerco mi cara a la palma de su mano. Interrumpo su aritmética. Mi nariz roza su piel de paja, siento su mano izquierda sobre mi cabeza, percibo cómo desliza las falanges de sus dedos entre mis cabellos.


Pongo toda mi atención en las señales químicas de su aroma y en las respuestas eléctricas que provocan en mi cerebro; en las prolongaciones nerviosas de mis células por las que penetran a mi bulbo olfatorio a través de los micro-orificios de mi cráneo. Experimento un gran deleite en la nuca que se extiende hasta una región que ya no es materia. Cierro los ojos con calma. Busco el lugar idóneo para almacenar el aroma de este hombre, quizá junto a los mejores placeres, el rincón más seguro de mi memoria. Fantaseo con un fuerte aumento de estrógeno y lo responsabilizo de este comportamiento que me obliga a recorrer con la punta de la nariz todo su brazo, le encuentro el cuello, le recorro cada milímetro de la quijada hasta llegar a la barba.


Mi garganta es un hormiguero, de mi boca brota un manantial, mis labios son tenaza. Me descubro plenamente consciente de su perfume. Me aventuro a subir a la boca, me llega un breve recuerdo del té de jazmín.


¡Aah! Todo indica que por fin se me hará con un chino.


Me inquieto, sincronizo la respiración con cada movimiento, percibo el aumento del placer. Abro los ojos y encuentro su mirada. Pasea sus dedos por mi cara, me pierdo en la carne de sus labios. Sus manos aprietan mis hombros y luego van a mis brazos. Se pone de pie y pega su cuerpo al mío. Los instintos de nuestras bocas se encuentran.


Un hedor me frena, es denso y agrio, va en veloz incremento. Me perturba, pero lo identifico: es el displicente aroma de la desconfianza. Descubro en el biombo junto a nosotros una lucecita roja que sale de una especie de micrófono, lo tumbo de una patada, descubro alarmada la mesa de un laboratorio de química.


¡Pinche Mongolia Exterior!


 
Edith Guerrero Soto, edithgsmx@yahoo.com.mx, de la ciudad de México. Se inició en la escritura de cuentos en 2017 en el Taller de cuento erótico para mujeres del Centro Cultural El Juglar, posteriormente participó en el Taller de narrativa del Museo de la Ciudad de México y en el Taller de José Antonio Lugo. Ha publicado algunos cuentos en la revista CODEX SULPURISTA. En la actualidad cursa la Licenciatura en Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México-UACM.
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